Frozen skin
El día amanecía gris, una pequeña llovizna empapaban los ojos y mis dedos resbalaron suaves sobre el cristal empañado de ego. El exterior se clavó punzante en mi pupila y el dolor se expresó en un grito que rasgó mi garganta dejando escapar cientos de clavos oxidados en sangre.
Roja y espesa goteaba sobre el papel mientras mi portaminas se esforzaba en contar con finos trazos el tiempo atrás, aterrorizado de llegar al final del folio. Los ojos hundidos en la piel lloraban segundos acompasados con latidos cada vez más rápidos.
En una vorágine de hipocondría busqué desesperado el cartelito verde y brillante que marcaba la salida y que atraía mi atención como a una polilla más. Con el pomo en la mano me volví para verte, mi desgarrada garganta fue incapaz de producir sonido alguno y, olvidando el fin, corrí a ciegas sintiéndote cada vez más cerca.
El dulce olor de tus lágrimas estaba demasiado cerca cuando abrí los ojos y me encontré sumergido en una ciénaga de miedo que llegaba a mis pulmones cuando intentaba tocarte. Intentando inútilmente respirar tus pulmones me desplomé sobre el fondo junto cientos de esqueletos de anteriores quimeras.
Mientras el oxígeno abandonaba mis pulmones, vi blancas nubes flotar suavemente sobre el cielo de un azul puro hecho del rocío de cientos de flores. Con una sonrisa dejé de luchar y me dejé llevar, arrastrado suavemente por la corriente mientras la luna volvía a coronar el cénit.
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