jueves, abril 20, 2006

Distopía I

Maldito bullicio. Gente, demasiada gente. ¿Por qué me miran todos? El sol es demasiado fuerte, no puedo... no puedo caminar. Ni pensar, ni hablar, pero tengo que llegar, llegar al final...

- "Mamá, ¿qué le pasa a esa señora?"

Si tan sólo dejaran de mirarme y señalarme para ayudarme... Les odio.

- "Señorita, ¿tiene algún problema?"

¿Por qué se pone este imbécil en medio? Apenas puedo ver su rostro. Maldito sol. Tengo que seguir, no puedo parar...

El ruido del despertador irrumpió con estruendo en el tímpano, el tímpano activó el mecanismo que hizo que el martillo comenzara a golpear sin piedad el yunque transmitiendo a través del oído interno la vibración que llegaría con violencia a las meninges inflamadas por el alcohol.

Tras golpear el despertador el ruido cesó, pero no el sufrimiento, era momento de poner en marcha unos doloridos músculos que se negaban a obedecer. Una ducha, un frugal desayuno, y la calle. El sol brillaba tras unas nubes que conformaban un día gris como tantos otros. Arrastrando los pies puso rumbo a la facultad donde tendría comienzo otro día exactamente igual al anterior.

- "Buenas Joan"
- "Hola" - Respondió desanimadamente al saludo al entrar en clase.

Se dejó caer pesadamente sobre una silla y dispuso algunos folios sobre la mesa, preparado para las agotadoras clases que, ciento ochenta minutos más tarde llegarían a su fin con un incesante martilleo parietal como legado.

La vuelta a casa coincidía con el momento de máximo hervor de la ciudad, la gente corría de un lado a otro, entraba y salía en tiendas y comercios, iba de una oficina a otra, en medio de todo el bullicio destacaba una joven de cabellos castaños que andaba tambaleándose en su misma dirección unos metros por delante.

La gente la miraba, parecía arrastrar aun la noche de juerga del día anterior, era del tipo de chica que, si la hubiera visto la noche anterior no hubiera dudado en intentar atraer su atención inutilmente. Esta se paró repentinamente, un policía acudió a ayudarla y, justo mientras el agente hablaba con ella esta se desvaneció sobre el suelo.

Cuando Joan quiso darse cuenta estaba evitando la segura caída de la joven en frente de la extrañada cara del policía.

- "¿La conoces?"

En ese momento los labios se acercaron al oído susurrando "ayúdame, no me dejes".

- "Ehm... Sí, es mi... hermana. Se encuentra un poco mareada, ya sabe."
- "Está bien, les acercaré a su casa"

¿Por qué había actuado así? Normalmente hubiera dejado a esa chica caer y hubiera seguido su propio camino. Pero esta vez era diferente.
Mientras el coche patrulla les conducía hacia casa miró como la joven dormía con la cabeza reposada sobre su hombro. Cuando el coche detuvo definitivamente su marcha la chica abrió ligeramente los ojos y pronunció unas débiles palabras de agradecimiento.

Tras despedirse del policía y llegar al apartamento la depositó suavemente sobre la cama y se puso a ver la televisión hasta que el sueño pudo con él. Le despertaron unas carcajadas, abrió los ojos y ante él apareció una chica de ojos brillantes de un intenso color castaño acorde con sus cabellos que disfrutaba como una pequeña ante unos ridículos dibujos animados.

- "Hola. Muchas gracias por haberme ayudado."
- "No pasa nada. ¿Cómo te llamas?"
- "María"
- "Bueno María, ¿qué te ha pasado?"
- "Ahora no tengo ganas de hablar de eso, ¿te importaría que me quedara aquí esta noche?"

Le sorprendió esa pregunta. La sonrisa se había desvanecido y ahora María tenía la mirada perdida en el suelo. Varios pensamientos se cruzaron en su mente, pero entonces miró a esa chica, inocente, indefensa, unos dos años más pequeña que él, y sintió que no podía negarse, en realidad, nunca podría negarse a nada que le pidiera ella aunque la acabara de conocer en la más extraña de las circunstancias.

Llegó la noche e insistió en que María durmiera en la cama mientras él dormía en el sofá. Estuvieron un rato viendo la tele, ella parecía pasárselo pipa frente a la pantalla, él, sin embargo, no podía dejar de mirarla sin atreverse a decir ni a hacer nada. Sin embargo, cuando acabó el programa que estaban viendo ella se levantó repentinamente y, tras besarle suavemente y darle un abrazo le miró a los ojos y, con una sonrisa, volvió a darle las gracias.

Poco más tarde él se dormiría pensando en ella y en la utópica e imposible historia que estaba viviendo hasta que se quedó dormido con la televisión aun encendida.

Inútil, patético y débil. Como tantos otros. Inutilmente piensa en que el día en que por fin será feliz está cerca, iluso, la felicidad no existe.

Despertó con el ruido de unos cristales rotos, salió corriendo hacia el dormitorio y se encontró la cama vacía y la ventana reventada hacia afuera completamente. En ese momento oyó un ruido tras de sí, cuando se dió la vuelta sintió un intenso dolor en la parte posterior de la cabeza que incluso le llegaba a arder justo un momento antes de sumirse en la más absoluta oscuridad.

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