viernes, abril 21, 2006

Espectáculo circense

Señores y señoras, niños y niñas. Una noche más vuelvo a mis ralladas habituales. Hace unas horas les he ofrecido en exclusiva, el relato titulado Diatopía que, puede haberles gustado o no, pero les garantizo que ha sido escrito con total improvisación, como las buenas obras circenses.

Por ahora, he relegado mi labor como informador de videojuegos a mi querida Media-Vida, aunque de una forma más objetiva y menos paranoica de la que utilizo para expresarme en mi blog, así que les aseguraré que algun día volveré a reflexionar sobre el "apasionante" mundo del ocio digital.

Entre tanto he decidido retornar a mis reflexiones morales y paranoyas mentales dignas de hacer al común de los lectores pensar que mi cerebro debe estar compuesto en un alto porcentaje por queso de gruyère.

Hoy mi intrascendental meditación hace referencia al miedo a los cambios. Nueva ciudad, nuevos ambientes, nuevos amigos, nuevo trabajo, nuevo... lo que sea. En ocasiones es abrumador. Pero lo abrumador de lo nuevo no es la novedad en sí, si no el miedo a que lo más actual pudiera llegar a replazar o hacernos olvidar lo que nos ha acompañado tanto tiempo.

Siempre me he considerado abierto de mente (no de ninguna otra cosa, que se que muchos retorcidos me acechan) y ansioso de conocer cosas nuevas, sin embargo, me gustaría poder abarcar todo y que el conocimiento de lo nuevo no implicara el distanciamiento de lo viejo. Pues tiemblo como un niño ante la idea de que todas las cosas que ahora me son valiosas puedan llegar a dejar de serlo algun día.

Estar en Tokyo, pero a la vez en mi casa, hacer buenos amigos allí, pero que la distancia no me separe nunca de los que, espero, siempre esperen mi retorno. Pero el tiempo pasa, inexorablemente, a veces más rápido de lo que desearíamos, incluso, en ocasiones, queremos decir algo y el tiempo no nos da permiso, demolinedo nuestras palabras antes de que podamos pronunciar la primera letra.

Y me gustaría vivir cada momento que viven mis hermanos pequeños, y a la vez no perder detalle de lo que les sucede a todos mis amigos, y llorar cuando alguien a quien quiera se encuentre mal aunque no me lo haya dicho, en resumen, estar en la mente de todos y cada uno mientras, sentado en la cima de una montaña, contemplo todo lo que me rodea con absoluta serenidad.

Sé que lo que pido no es más que una utopía sólo posible en mi mente, pero, la realidad es tan opuesta a mi utopía, quizás por eso decidí nombrar a esa pequeña serie de relatos que hace poco he iniciado "distopía", más allá de por el contenido de los relatos, si no porque es como siento que me encuentro, en una distopía que jamás seré capaz de transformar. (Y siento si esto parece publicidad subliminal de mi pequeña basura literaria de caracter gratuito).

Que los payasos, trapecistas y domadores se despidan. Por hoy, ha acabado la función.

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